La alegría como bandera

Por: Melanie Belén Ruiz Díaz

Antes de ir a la Guerra, el cabo de Gendarmería perteneciente al Grupo Alacrán, jugó con sus dos hijos: Verónica (5) y Marcos (4). Bailó, cantó, los hizo hablar, se volvió un niño más. Esa noche de juegos quedó grabada en un cassette: “Para que cuando los chicos lo escuchen, me recuerden con alegría, no con tristeza”, le había mencionado Carlos a su esposa, Elsa Cremona. Esa noche le pidió que se mudara con sus hijos a Concepción del Uruguay, para que no quedara sola.

Luego de muchos años, ese cassette fue pasado a CD. Al escucharlo, se sorprendieron ya que “Carlitos”, el hijo más chico, tiene el mismo timbre de voz que su padre. Pereyra no llegó a conocerlo ya que cuando se fue a Malvinas, su mujer estaba embarazada de dos meses. “Tienen hasta la misma risa”, recordó Elsa.

Carlos era alegre, divertido y optimista. De familia trabajadora, desde los 7 años salía a vender facturas y panes. “Tenía picardía. Por ejemplo, le decía a un sacerdote que si no llevaba nada a la casa le iban a pegar, y volvía todos los días con la canasta vacía”, recuerda Elsa. Con lo poco que tenía era feliz. “Mañana vamos a estar mejor”, decía. Al llegar del trabajo le llevaba chupetines a sus hijos: “Los chicos iban corriendo porque sabían que Carlos todos los días les tenía un regalo”.

Con sus compañeros de escuadrón hacían obras de teatro que grababan en cassette. Él se encargaba de los sonidos. Apenas llegó a Malvinas, le escribió una carta a su esposa. Le recordaba que la amaba y la extrañaba. “Me dijo que le diga a los chicos que les iba a llevar caramelos de pingüino”, sostuvo Elsa, entre risas.

El 27 de mayo no tuvo miedo de ir a la Guerra. Tres días después se enteraron de la peor noticia: Carlos había muerto en la primera misión del Grupo Alacrán. Antes de irse, le había presagiado lo peor: “Me preparó, yo tenía la esperanza de que iba a volver, pero él sabía que no. Yo lo sigo extrañando”.