Los combatientes caídos en la Guerra

Categoría: Armada (Page 13 of 40)

Ramón Edmundo Ordoñez

Un grandote humilde, sonriente y soñador

Las condiciones de vida generaron que su madurez fuera más temprana. “Un morocho macizo que medía 1.95”, lo describe su hermana Lita. Era el más alto de los nueve hermanos –cuatro mujeres y cinco varones– y también del escuadrón en Malvinas. Sus grandes brazos los había forjado en los trabajos de herrería que realizaba desde pequeño con Hugo, su papá.

Ramón había nacido en un seno humilde y nunca perdía la sonrisa ni el sentido del humor. Su familia era católica y devota de la Virgen del Valle de Catamarca. Como alumno, no era el más aplicado de su colegio, pero su carisma y empeño equilibraba la falta de estudio.

Era un amante de las películas de guerra, motivo por el cual peleaban con sus hermanas al compartir un solo televisor. Como vivían en el campo estaba acostumbrado al uso de rifles para salir de caza y tenía dos sueños que repetía desde chico: ser marinero e integrar el Ejército.

La noche anterior a partir al Servicio Militar salió a festejar con sus amigos, regresó y se despidió sólo de su madre. Cuando llegó al regimiento le comentaron que por su altura le correspondía la Armada. Con sólo dos meses de entrenamiento le comunicaron que debía viajar a Malvinas porque se avecinaba una guerra. La situación no le endureció el corazón: cada vez que podía le enviaba cartas a su familia. A una de sus hermanas le escribió: “Estamos en un pozo ciego de cuatro metros, si cae una bomba no nos queda ni el apellido”. En otra carta comentó que la alimentación era muy mala y debían carnear ovejas para comer.

El 14 de junio cesó la guerra pero Ramón no volvió. Había sido alcanzado por esquirlas de una bomba inglesa el 6 de junio. El día anterior había enviado su última carta que decía: “Pronto vamos a reencontrarnos, si Dios y la Virgen me lo permiten”.

José del Carmen Orellana

En nene que armaba barquitos de papel

Por: Fausto Faccini López.

“José, ¡tenés que cuidar las hojas! Cada vez gastás más cuadernos. Espero que no las estés desperdiciando, son para estudiar”, se exasperó su mamá.

Antonia no estaba errada. Para ir al colegio, José y sus hermanas debían recorrer un largo tramo de cinco kilómetros, a veces iban a lomo de burro y otras a pie. Cada vez que podía, aprovechaba la ocasión para detener el viaje en un lago que atravesaba el monte y con los cuadernos del colegio, armaba barquitos y los echaba a navegar.

Nació en pleno campo, en la localidad tucumana de Sauce Huacho. El mar lo conoció recién a los 15 años, pero desde chiquito quería ser marinero, por vocación y amor, no por dinero. Él vivía entre la tierra y los yuyos, los montes y el sol; sin embargo, soñaba con la libertad de las olas y el mar.

A los 15 decidió ir a la capital de su provincia para alistarse en la Marina. Se inscribió y a los pocos meses se encontraba en Buenos Aires. José era muy dedicado, sobre todo cuando tenía una meta en mente. Sobresalió entre 600 aspirantes en un curso que realizó en la ESMA  y fue premiado con un viaje en la fragata Libertad. Llegó a ser nombrado Cabo Segundo. El 16 de abril a las doce del mediodía zarpó su barco hacia las Islas Malvinas, tras el último diálogo con su esposa:

–Cuidate mucho, te vamos a estar esperando, le dijo Genoveva.

–Quedate tranquila, voy a viajar en el único buque acorazado, el crucero General Belgrano, respondió José.

Su familia recuerda cuando él decía: “Yo quiero estar en el bronce”. José anhelaba ser un héroe y cuarenta años después es recordado como tal.

José Alberto Orellano

Un idealista apasionado

Por: Ezequiel Aranguiz.

“Un pibe de campo, de barrio, tenía su bandita de amigos y los valores marcados”, cuenta José Orellano Salgado, su hijo, que estaba en la panza de su madre cuando murió su papá arriba del crucero General Belgrano. “Creemos que su muerte fue inmediata porque estaba en la sala de máquinas al momento del impacto”, relata Virginia, su hija que tenía sólo un año.

“Betito”, como lo conocían, nació en 1959 en la ciudad bonaerense de Médanos y vivió sus primeros ocho años allí, en medio del campo junto a sus padres, José e Isabella. Se dedicaban a la siembra y la cosecha, rodeados de humildad y naturaleza. Se mudaron a Punta Alta en busca del progreso, porque -como explica Virginia- en Médanos “no hay demasiadas actividades a las que dedicarse. La base militar es una de las más grandes fuentes de trabajo y si no tenés una vocación marcada, hacés carrera en la Armada”. Así fue como sus abuelos comenzaron a trabajar en la base. La madre era personal civil, orientada a la cocina; su padre se desempeñaba en los talleres.

“Mi viejo tenía una gran atracción por desarmar y armar cosas. Aunque venía de una familia rural y de poca educación formal, le iba muy bien en la escuela”, se enorgullece José. “Betito” se dedicó a la electricidad dentro de la Armada. “Tenía una pasión por la patria muy fuerte”, dice su hija.

“Era una persona sencilla, respetuosa y firme a sus convicciones”, cuenta José. Agrega: “La mejor herencia que nos dejó es la idea de aferrarte a tus pasiones, ideales y a tu vocación. Nos genera mucho orgullo que quien lo conoció tenga un gran recuerdo de él”.

Virginia ejerce la docencia precisamente en la Escuela de la Armada: “Seguramente mi papá hizo algo para que hoy esté trabajando acá y lo sienta como mi casa. De chica sentía bronca contra la Armada, hoy llegué a entender que mi padre estaba acá porque realmente lo deseaba y murió firme a sus ideales, tal como nos enseñó”. José Alberto Orellano tenía 23 años.

Pablo Armando Ortíz

Un sanjuanino inolvidable

El primer torpedo impactó en la sala de máquinas. Los expertos en ingeniería naval dicen que con la tecnología inglesa de esos tiempos, podían dirigir su armamento exactamente al lugar donde querían. Por eso el submarino HMS “Conqueror” se aseguró de la destrucción del crucero ARA General Belgrano.

Había 1093 tripulantes argentinos. Uno de ellos era Pablo Ortíz, suboficial segundo nacido en San Juan, que perdió la vida por su país. El 16 de abril de 1982 la tripulación completa había partido desde la Base Naval Puerto Belgrano hacia Tierra del Fuego, con el objetivo de vigilar las intenciones de las fuerzas enemigas, manteniéndose fuera del área de exclusión. Tras un poco más de dos semanas de navegación, el “Belgrano” recibió el primer impacto el 2 de mayo por la tarde. Una hora después, el crucero ya estaba a miles de metros sumergido bajo el agua, con los sobrevivientes agarrados de los distintos fragmentos que quedaron de la embarcación, en medio del frío y el agua.

Víctor Hugo Sierra, ex combatiente que integra la Comisión de Ex Combatientes sanjuaninos aseguró: “Nadie ha cobrado la pensión que le corresponde al caído Ortiz. Nunca se ha reclamado, por lo que se entiende que no tiene familia que esté viva, o que se marcharon de San Juan en algún momento. Pero en caso de que existan, nunca pudimos comprobarlo”. Agregó: “No hay muchos datos sobre el caído Ortiz, más allá de su nombre y su puesto en la Armada”.

Omar Héctor Mina

Un voluntario que entregó su vida por la patria

Por: Juan Ignacio Iribarren.

Cuando Omar Mina regresaba de trabajar después de dos semanas, incluso durante un mes, la casa era una fiesta. Era “bonachón y simpático”. Todos los vecinos lo conocían y saludaban”, recordaba su hija Gladys Mina. Sólo lo recuerda enojado una vez: “Una noche yo lloraba porque quería pasarme a la cama de mis padres porque él estaba poco en casa. Me llevó a su cuarto y él se fue a mi pieza”, relató.

Era marino mercante, llevaba cosas importadas desde el puerto de Buenos Aires al hacia el sur, incluso fue varias veces a Malvinas antes de la guerra. “A él le encantaba. Decía que cuando bajaba al puerto tenía jaquecas y le echaba la culpa al clima de Buenos Aires. Cuando subía al barco y hacía unas millas se le pasaba”, contó Gladys. Su familia no sabía mucho sobre él mientras trabajaba, solamente había noticias cuando llamaba al teléfono de un vecino del barrio. Cuándo estaba de guardia en el puerto la familia lo visitaba los domingos y almorzaban. En una oportunidad visitaron el ARA General Belgrano, del cual Gladys recuerda que “parecía una ciudad”.

Lo apodaban “Tito”. En su casa se encontraba con vecinos y amigos, los invitaba a ver la televisión, era de los pocos que tenían una en la cuadra. Miraba boxeo y fútbol, era hincha de Boca. También le gustaba el tango y bailar rock. Gladys contó que su padre la hacía practicar bailando con una puerta, mientras él bailaba con su hermana mayor; incluso participaron en concursos de baile. También había encuentros de familia, sobre todo para días festivos como Navidad. 

Con el inicio de la guerra Omar Mina fue como voluntario: “Cuando volvió de un viaje, alguien dijo que necesitaban personal para el barco ‘Isla de los Estados’ y él se ofreció”, dijo su hija menor. Les comunicó la decisión por teléfono: el vecino fue a avisarles; mientras hablaba, su madre lloraba. Ella no entendía por qué, no comprendía el contexto de guerra; en aquel momento solo tenía 9 años.

El 10 de mayo de 1982, a las diez de la noche, el buque ARA “Isla de Los Estados” fue hundido por la fragata HMS Alacrity en el estrecho de San Carlos. Solamente, quedaron dos sobrevivientes, de los cuales uno falleció post conflicto. Su familia lo supo por televisión. De ahí en más, se apagó la TV, recordó Gladys. Mina tenía 48 años y era cabo de la Marina Mercante. 

Gerardo Nicolás Miranda

El joven rivadaviense recordado con orgullo

Por: Marcos Outes.

Cuando Gerardo Nicolás Miranda paraba para comer y descansar durante la cosecha de durazno, jugaba al truco en pareja con su hermano Carlos con quién se cansaba de ganar y reír: “Teníamos 13 ó 14  años y un tío nos había enseñado a hacer señas con los dedos que los rivales no sabían”, recordó. 

Gerardo nació en Los Campamentos, departamento de Rivadavia, Mendoza. Allí tuvo una linda niñez y adolescencia. Cooperaba en las cosechas y los momentos de diversión y risas nunca faltaron. Su amigo Mario Luis Pagano contó que jugaban a las bolitas, al hoyo-pelota y al fútbol en el Club Social Gargantini. Además, cazaba pajaritos: “Agarramos tijeretas, gorriones y tordos”. También solía jugar al metegol los domingos. 

Desde pequeño era muy respetuoso, a eso había que sumarle su nobleza y generosidad: “Todos guardan recuerdos lindos de él”, dijo Carlos Miranda. Por su parte, Mario lo tiene presente como un “gran amigo y muy buena persona”. Su trabajo rural era duro, con la cosecha de duraznos, uvas, aceitunas y ciruelas. Esa personalidad y actitud eran las necesarias para seguir una carrera en la escuela de Mecánica de la Armada, quería llegar a ser Suboficial Mayor: “Le apasionaba la Armada”, destacó su hermano. Era su proyecto junto con el deseo de progresar.

A “Zorrito”, como le apodaban, le encantaba la música popular de Palito Ortega, Leo Dan y Sandro. Su comida favorita eran “los ñoquis de mamá”. Era hincha de Racing, por herencia de su padre Nicolás. Solía vestir con jeans y camisas. 

Gerardo fue a la guerra de Malvinas con tan solo 19 años, iba a cumplir 20 el 29 de julio. Le tocó el Buque Ara General Belgrano como cabo segundo y su especialidad fue la de artillero. Carlos fue al destructor Piedra Buena, escolta del barco donde estaba su hermano. “El miedo no existía, en la Escuela de Mecánica habíamos jurado seguir a la bandera y defenderla hasta perder la vida”, recordó Carlos. 

El Ara General Belgrano fue hundido por el submarino británico HMS Conqueror el 2 de mayo de 1982, de los 1093 tripulantes fallecieron 323. Victoria Paez y Nicolás Miranda, padres de Carlos y Gerardo, se enteraron de la noticia por los comunicados oficiales.

Gerardo es recordado en cada aniversario de Malvinas en Rivadavia: “Me llena de orgullo que hasta hoy se lo recuerde. Maestras y directores le hablan a sus alumnos de él para que no lo olviden. Incluso, el intendente lo recuerda en cada acto del 2 de abril”, comentó Carlos. Una canción de “Los Trovadores de Cuyo”, menciona a los 17 caídos mendocinos, entre ellos Miranda.

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