Por: Ramiro Mateo Pucci.
Alfredo Gregorio estaba en su casa en Oberá, Misiones, disfrutando a pura risa de sus 18 días de franco del servicio militar junto con su familia, compuesta por sus padres y diez hermanos, todos menores que él. Pero, a medida que se iba acercando el último día de descanso, las noticias que llegaban mediante una radio a pila decían que se avecinaba una guerra en unas islas del sur.
En cuanto escuchó esto, Alfredo supo que iba a tener que embarcarse con ese rumbo. Pero nunca lo llamaron para ir. Sino que entre sus vecinos se instaló el rumor de que quien estuviera haciendo el servicio militar y no fuera a la guerra, sería fusilado. Entonces, tras escuchar atentamente los consejos de su padre, el joven volvió a sus obligaciones en el regimiento de Monte Caseros decidido a ofrecerse como voluntario para ir a pelear por su patria.
Así, la alegría que abundaba en Alfredo se fue desvaneciendo en los últimos días, en los que casi no hablaba con nadie salvo con Yeni, su mamá, con quien, semanas más tarde, continuó comunicándose mediante las dos cartas que pudo enviar desde Malvinas: ambas con letra perfecta, que reflejaba toda la dedicación que había puesto en sus años de escolaridad en el colegio que hoy lleva su nombre, donde siempre avanzó de curso con facilidad gracias a su inteligencia.
El 14 de junio de 1982 a la madrugada, una granada terminó con la vida de Alfredo Gregorio. Aún hoy su familia llora su ausencia, que se notó muy fuertemente los primeros años, ya que, cuando su padre no estaba por el trabajo, era él quien se hacía cargo de las tareas más pesadas del hogar y del trabajo en la chacra. Pero, esa familia que aún mira con nostalgia su lugar vacío de la mesa, lo recuerda con la alegría que transmitió hasta el último segundo de su vida, como la que emanaba en su viaje rumbo a las Islas Malvinas, en el que con una guitarra en la mano y una sonrisa en la cara, animó todo el recorrido.