Por: Ramiro Madero.
Todavía se escucha en las calles del pequeño pueblo de Samuhú, Chaco, a la madre de Víctor Ofelio Ávalos, que lo buscaba desesperadamente cuando surgió el rumor de que su hijo finalmente había sobrevivido a la guerra. Se siente el llanto de su padre cuando no pudo evitar que los militares se lo llevaran al Regimiento de Infantería nro. 12. Y si se presta todavía más atención, están las risas de Víctor Ofelio, “Cali” para sus conocidos, o “Pasto Burro”, como lo apodaron sus amigos por culpa de algún juego de niños. Risas, porque así era él, un pibe alegre, que no paraba de hacer bromas, que era súper humilde, a veces no tenía para comer, pero igualmente era feliz. No hubo tarde que faltara al partido de fútbol de las cinco, ni día que no fuera a hacer alguna travesura con Carlos y Mauricio, sus amigos de toda la vida. No hubo, hasta que hubo.
Esa bala en el pecho que terminó con la vida del “Cali” también puso fin a sus ilusiones, a todas las sonrisas que generaba, así como también acabó con la agonía en esas últimas semanas: “Si no nos mata el enemigo, vamos a morir de hambre”, le dijo a un camarada dos días antes de cerrar sus ojos para siempre. Fue el penúltimo “soldado sólo conocido por Dios” identificado en la ronda de 2017, donde se le encontró Salbutamol en el organismo, un broncodilatador que se suele usar para tratar dificultades respiratorias, pero como siempre fue un chico sano, probablemente lo haya usado para escapar de ese infierno. Una escuela, un jardín de infantes y la plaza central de Samuhú llevan hoy su nombre. Probablemente no sean suficiente homenaje para un héroe, pero ayudan a recordarlo, y si algún día no alcanza, siempre va a haber un lugareño que cuente lo buen hijo, hermano o amigo que fue.