Por: Nicolás Díaz Colautti.

Bernardino Benito Almaraz en el documento,”Tito” para los conocidos. Nacido en Gancedo, Chaco, convivía en una familia humilde de 11 hermanos. Según Ramona, dos años menor, una de las cinco mujeres, era “una persona excelente”. Futbolero e hincha de Boca, no pudo estudiar más que hasta el tercer grado, debido a que trabajaba con su familia en la cosecha de algodón. Apenas si había aprendido a leer y escribir.

Ramona estaba aterrorizada porque se enteró que iba a ir a Malvinas. Ella le sugería: “No vayas, escondete”, pero él respondía: “Tengo que ir. Si no van a lastimar a nuestros padres. Yo tengo que volver”. Una tarde le susurró: “Bajale a la radio”, para que sus padres no escucharan su nombre cuando pasaran la lista de los reclutados a la guerra. Soñaba en grande: regresar y terminar la escuela, trabajar en otro ámbito y formar una familia.

Las casualidades de la vida derivaron en que coincidiera en Malvinas con su primo Héctor Rubén Urquía. Criados juntos,hicieron a la par el Servicio Militar y estaban en el mismo regimiento (Infantería nro. 4). Pese a que no viajaron en el mismo contingente, se encontraron las islas. Fue un instante, apenas un momento pero lleno de emociones. Héctor le decía: “Cuidate. No sabemos cuándo vamos a volver”. Según él, Bernardino “no era consciente y tenía miedo. No sabía lo que era una guerra”. No le contestaba a su primo. Encima los británicos desembarcaron donde él estaba…

Fue con tres primos a Malvinas. Los tres volvieron. A su casa llegaron papeles, una medalla que usaba en el cuello y un reloj, el mismo que se había comprado con Héctor antes de ir a Malvinas. En Gancedo hay un monolito con su imagen en la plaza San Martín. Todavía se ilusionan con que su cuerpo sea identificado; mientras eso ocurre, descansa bajo los cielos del sur con una cruz blanca que dice “soldado argentino sólo conocido por Dios”.