Los combatientes caídos en la Guerra

Categoría: Armada (Page 39 of 40)

Héctor Alejandro Vargas García

El sanguchero estrella

Por: Gerardo Abraham.

“Le gustaba mucho la carrera militar. Cumplió los 16 en enero del ’78 y entró a la Marina. En febrero realizó los exámenes en San Juan, aprobó y lo mandaron a cursar a Buenos Aires. Como el entrenamiento era duro, quiso renunciar, aunque después cambió de opinión. Acá se hubiese defendido bien si renunciaba a la Marina porque sabía hacer de todo”, cuenta Jorgelina García, madre de Héctor Alejandro Vargas García.

Alejandro disfrutaba de dos actividades: la pintura y la gastronomía. Podía pasar la mañana entera pintando un mueble, una repisa o lo que hiciera falta en la casa. Sólo pedía a cambio que su madre le cebara mates. Finalizado el trabajo, Jorgelina le hacía su comida preferida, “el encebollado”. Cebolla frita con huevo revuelto. Mientras esperaba el almuerzo, un Camel y un vaso de Hesperidina, limón y “sevenap”. Por la noche, era el sanguchero estrella en “A morfar”, un local en el centro de San Juan Capital. Fue el creador del sándwich homónimo del local. “Era el pan en tres capas con lomo, tomate, paleta, queso y lechuga”, recuerda Rubén, hermano dos años más grande.

Sus tardes las destinaba para las piletas, los canales, salir a la aventura. Le gustaba mucho la natación. “Se especializó en Control de Averías porque había que meterse al mar para revisar por debajo al casco del barco”, conjetura Jorgelina. “Era muy apuesto y alegre, siempre estaba con chicas alrededor. Su inocencia les llamaba la atención a las mujeres”, agrega María del Carmen, hermana menor.

Días después de anunciarse la recuperación de las Malvinas, Jorgelina recibió una carta de dos hojas. En una le contaba que estaba bien; en la otra un poder para que cobrara su sueldo hasta su regreso. La última vez que se habían visto, en marzo del ’82, le dijo que guardara el recibo del seguro de vida por si a él le pasaba algo.

Cierra Jorgelina: “Mi hijo murió en el crucero General Belgrano. Después de un tiempo me pagaron el seguro de vida y lo primero que compré fue un nicho en el cementerio para tener un lugar donde, simbólicamente, descansaran sus restos. Lo seguimos honrando, en la fila 836”.

Miguel Marcelo Velázquez

El soldado precoz

Por: Camila Mitre.

En el seno de San Nicolás de los Arroyos, localidad ubicada al norte de la provincia de Buenos Aires y circundada por el Río Paraná, vio salir el sol Miguel Marcelo Velázquez, un jueves 19 de noviembre del año 1964. Hijo mayor de Haydeé y de Miguel, que años después dieron a luz a María Andrea y a Gabriela.

Criados en un barrio de clase trabajadora, los tres niños compartían gran parte de su día a día. Sobre todo, Gabriela y Marcelo: “Con mi hermano jugábamos todo el tiempo juntos, éramos muy pegotes. Él era un revoltijo. No le gustaba estudiar ni un poco, nuestra mamá se volvía loca para hacer que agarrara la tarea”.

Marcelo cursó sus estudios primarios en la Escuela N° 4 “José Manuel Estrada”. Aquella alegría que Marcelo repartía a todos sus compañeros y maestros, a través de los pasillos y salones, hoy permanece perpetuada en una placa que lo recuerda.

“Le gustaba mucho jugar a la pelota con los chicos del barrio, pero no estaba en ningún club, lo suyo era otra cosa”. Su hermana hace una pausa y reflexiona: “Con el tiempo uno se va enterando de partes de la historia que no conocía, va atando cabos”. Cumplidos los 16 años, Marcelo convenció a su papá para que lo enrolara en la Armada. “Desde los 9 años, él ya jugaba con un casco de soldado y pedía que le sacaran fotos”. “Mi mamá casi los mata, no quería saber nada, es más, se enteró por una carta”, recuerda Gabriela. “Pero era lo que él quería, entonces ella también lo apoyó”. Miguel Marcelo Velázquez murió tras el ataque al crucero General Belgrano.

Jorge Luis Vélez

El amante de las plantas

Por: Julio César Porta.

Jorge Vélez nació el 4 de enero de 1948 y falleció en el crucero General Belgrano. Era tucumano y tras su muerte, su esposa decidió instalarse en Salta junto a sus tres hijos.

Su hijo mayor, Guillermo, tiene 47 años y su dolor sigue latente, como también las anécdotas antes, durante y después de la guerra. Para un chico común los héroes son siempre seres sorprendentes, visten capas, están en los cómics, en la televisión y son, sobre todo, inmortales. Y Guillermo lo supo porque su padre, Jorge Luis Vélez, fue uno de esos héroes. “Mi papá estaba en el barco. Un día fuimos a una reunión de ex combatientes y ahí alguien comentó que justo en el momento en que hicieron el cambio de guardia, mi papá fue a la sala de máquinas y ahí sucedió lo del torpedo. Mi papá falleció con todas las personas que estaban ahí”, dice quien tenía siete años, dos hermanos menores y una madre que al quedar viuda tuvo que ponerse el hogar al hombro.

A su padre, Jorge Luis, lo recuerda a través de pequeñas escenas, pequeños detalles,  pero imborrables. “Cuando éramos chicos vivíamos en un barrio militar y tengo un recuerdo lindo, de salir, ir a comprar a una granja, jugar al fútbol, ver a mi viejo que arreglaba un autito chiquito, uno azulcito que tenía”, relata. También se acuerda de la huerta de su padre: Jorge Luis había entrado a los 17 años a la Marina, pero le encantaba pasar tiempo con sus plantas. “Era un hobbie; también le gustaba mucho el boxeo, el tango, las carreras de auto”, y luego de unos segundos recupera un dato: “Le gustaba cantar La pulpera de Santa Lucía”.

Tras mudarse a Salta, volver a clases fue extraño para Guillermo: “En los actos del colegio recordaba a mi papá y me ponía triste, pero después aprendí a sentir orgullo”.

Emilio Carlos Torlaschi

Un lector empedernido

Por: Camila Mitre.

Emilio Carlos Torlaschi -“Michi”, como pseudónimo de guardiamarina- se refugió en los libros y cuadernos hasta en la mismísima Guerra. Atardecía el domingo el 2 de mayo de 1982 con una primera alarma de combate. “Michi” se encontraba estudiando matemáticas, aislado de la realidad e inmerso en un mundo de números. El teniente de corbeta, Vicente Carlos Gigli, le dijo: “Creo que lo envidio Michi; en lo personal, no sé si en estos momentos pudiera leer algo”.

A continuación, un corte repentino de luz y una explosión; el impacto del primer proyectil. El olor a azufre inundaba el cuarto, junto a un momento de silencio. Alguien a lo lejos gritó: “¡Torpedo!”; luego el navío sufrió una inclinación a babor.

—Señor, ¿qué zafarrancho debemos tomar? –preguntó Torlaschi a Gigli, con total serenidad.

–Esa pregunta sonó más académica que nerviosa–, comentó el teniente.

Este recuerdo tan vívido y apasionante tuvo el peor de los desenlaces: el fallecimiento de Torlaschi, junto con otros 322 tripulantes del crucero A.R.A. General Belgrano.

Emilio Torlaschi nació el 6 de junio de 1959 y era oriundo de Moreno, en el conurbano bonaerense. Ingresó a la Escuela Naval Militar de Bahía Blanca en 1977. Estudiaba análisis matemático y quería seguir ingeniería al volver de la Guerra. Pero esos sueños y anhelos se desvanecieron en dos impactos de torpedo. Tras el ataque y hundimiento, Torlaschi quedó a la deriva en una balsa en estado deplorable, sólo vestido con un pantalón, una camisa y zapatos, sin abrigo, sosteniendo una linterna que señalaba su posición.

Dos días más tarde, arribó al lugar el buque de rescate A.R.A. Bahía Paraíso, pero ya era tarde. Falleció luchando hasta el último momento, pero las condiciones climáticas y oceánicas terminaron por vencerlo. Su cuerpo nunca fue encontrado.

René Ángel Tibaldo

Un ángel que dio la vuelta al mundo

Por: Franco Migliaccio.

Su hermana Eleonor cuenta que uno de los sueños de René era recorrer el mundo.

Su sobrina dice que su tío es un héroe por pelear por el país.

Rene Ángel Tibaldo nació el 12 de agosto de 1964 en Llambi Campbell, un pueblito a 60 kilómetros de la ciudad de Santa Fe. Sus padres fueron Yda Lovato y Florencio Tibaldo. Tuvo cinco hermanos: Rubén, Mario, Griselda, Eleonor y Adriana. A los 15 años ingresó a la Armada Argentina. Fue declarado héroe nacional mediante la ley número 24.950.

En una entrevista radial, Adriana, su hermana menor, aseguró que René era una persona “muy alegre, inquieta y curiosa”. Tras pasar sus primeros años en Llambi Cambell, cuando tenía entre 8 y 9, su familia se mudó a Santa Fe capital. Allí fue a la escuela primaria nº38 Brigadier Estanislao López y a la secundaria Avellaneda. “Era muy curioso, siempre le decía a mi papá que quería conocer el mundo y por eso cuando cumplió los 17 decidió anotarse en la Armada. Rindió bien el examen de ingreso y se fue a marcar su vida en el crucero General Belgrano”, recuerda Adriana.

En sus últimas cartas, le escribió a su mamá: “Quédate tranquila mamita que estoy volviendo”. Rememora Adriana: “Fue muy duro enterarnos de su muerte; mi mamá estuvo en la cama mucho tiempo y mis hermanos mayores tuvieron que asumir el rol de padres. Yo tenía 10 años y nunca me voy a olvidar del gesto de mi señorita Irma, que se acercó a mi casa y rezamos el Rosario”. Un aula del colegio primario lleva el nombre de Rene Ángel Tibaldo.

Soriano Sotelo

Solidario, de principio a fin

Por: Marina Kempner.

Tenía 16 años cuando al terminar tercer año de la escuela técnica comenzó a trabajar en la fábrica Somisa. Con su sueldo quincenal compraba mercadería para regalar a personas con menos recursos en Villa Cavalli. Elba García, su madre, lo define: “Era una persona especial, muy cariñosa. Tenía esa ilusión de vida, ayudar al otro”.

“Chiche”, como lo llamaban sus seres queridos, nació el 15 de agosto de 1962 en Rosario. Vivió en Campos de los Andes, Mendoza, hasta sus ocho años, cuando se mudó a San Nicolás. Vivía dentro del cuartel de esa ciudad ya que su padre era Suboficial del Ejército. Solía invitar a sus amigos del barrio a la pileta del Club de Suboficiales, al que solamente tenían acceso los familiares de militares.

A los 12 años conoció a su amigo Sergio Domínguez, con quien compartió la escuela nocturna y el servicio militar en la Marina. Recuerda a “Chiche” como “soñador y aventurero”.

Como su padre era militar, Soriano podría haber recibido el beneficio de quedarse en San Nicolás, pero decidió hacer la “colimba”.

El 11 de abril de 1982, Soriano llamó a su madre y le comunicó: “Mamá, vamos a la Guerra”. El 2 de mayo, el crucero ARA General Belgrano volvía de descargar armamentos y comida en Malvinas cuando sufrió el primer misil en la parte trasera y un segundo impacto en la proa. Sotelo se podría haber salvado ya que lo habían relevado al terminar su guardia, pero se quedó para ayudar a sus compañeros.

A las tres de la tarde, hora en la que se hundía el crucero, la madre vio la imagen de su hijo vestido de blanco y descalzo: “’¡Chiche! Viniste, qué suerte’, cuando fui a abrazarlo, desapareció. Ahí empecé a los gritos, decía ‘algo le está pasando a Chiche’”, relata su mamá. Días después recibieron una carta en la que les informaban que Soriano estaba desaparecido. Elba llamó reiteradas veces exigiendo respuestas, hasta que le pidieron que no se comunicara más porque no iban a seguir buscando sobrevivientes. “¿Usted sabe con quién está hablando? soy la madre de Soriano”, espetó. Le cortaron el teléfono y nunca más tuvo noticias de su hijo.

Atilio Indalecio Sueldo

El Papá Noel celeste y blanco

Por: Agustina Lantier.

El 2 de mayo de 1982, en Ushuaia, Tierra del Fuego, en la casa de los Sueldo, flamea una bandera argentina. Isabel, o como le dicen cariñosamente: “Chavela”, cuenta que ese fue el pedido que le hizo su esposo, Atilio Indalecio Sueldo, antes de embarcar hacia las Islas Malvinas, el 16 de abril de ese año. “No saques la bandera hasta que termine todo”. Además de Isabel Quinteros, escucharon su pedido Néstor y Diego, sus dos hijos, en aquel momento de 12 y 2 años respectivamente.

“Nunca imaginé que no iba a volver”, recuerda Chavela el día que su marido se fue a un nuevo destino en el ARA General Belgrano. Llevaba 14 años casada con un marinero de carrera, que se había formado en la Isla Martín García y pasaba largas temporadas en alta mar. Se encontraban cada 8 meses y durante el tiempo que estaban separados se escribían cartas: “Me llamaba la atención la buena ortografía y la linda letra que tenía”.

Atilio I. Sosa

“Chavela” cuenta que cuando volvía de sus viajes Atilio “era como Papá Noél”. En una oportunidad le trajo un reloj cucú y cada vez que el pájaro salía para cantar, él la llamaba melodiosamente por su apodo.

Según “Chavela”, Atilio era un hombre muy querido, sobre todo en Deán Funes, Córdoba, su ciudad natal. “Su madre, Elina Astraga, era modista y su padre, Marcos Alejandro, trabajador ferroviario. Su papá tenía miedo de que Atilio fuera militar, pero su mamá lo apoyó”.

Era jugador de bochas en el club “Chanta 4” y también un gran bailarín: “Bailaba de todo, cuarteto, melódica y rock; pero en el rock yo no lo acompañaba, ahí bailaba con su hermana”. Le gustaba el tango, en particular Juan D’Arienzo y de la música romántica tenía preferencia por Leo Dan: “Había una canción que bailábamos juntos, decía algo como ‘cuánto te extraño mi amor’”, agrega “Chavela”.

Atilio o “El Negro” falleció a los 37 años en el crucero ARA General Belgrano, el 2 de mayo de 1982, mientras la bandera argentina flameaba en su hogar.

Osvaldo Francisco Sosa

El pibito que gambeteaba la escuela

Por: Marina Kempner.

Aventurero desde la cuna, a los 8 años tuvo una de sus primeras travesuras cuando salió a cazar pajaritos en un basural frente a la villa donde vivía, en el barrio porteño de Mataderos. Se metió entre los yuyos y lo mordió una rata, por lo que debió ser internado con fiebre en el Hospital Fiorito. Tan poco le gustaba ir a la escuela que muchas veces optaba por quedarse jugando debajo de los eucaliptos, hasta que un día lo descubrió su mamá y nunca más se rateó.

Osvaldo Francisco Sosa nació el 27 de julio de 1962 en Capital Federal. Tenía 13 años cuando en 1975, sin saber qué estudiar, se anotó en la Armada tras la sugerencia del papá. Tres años después recibió el título de técnico electricista y luego le tocó el pase a Bahía Blanca. “Cada domingo en que debía volver a Bahía teníamos que andar buscándolo, el tren salía a las diez de la noche y eran las ocho y media y él andaba con los chicos jugando por los campitos”, cuenta Paulina Cardozo, su mamá.

El último contacto que tuvo con su hijo fue una carta que le mandó cuando el crucero General Belgrano salió rumbo a Ushuaia. Le pidió que no llorara, pero sí que rezara.

Un vecino de la familia Sosa se enteró por los noticieros que el crucero ARA General Belgrano se había hundido y decidió comunicárselos. Paulina le dijo a su hija que llamara a Bahía Blanca y ahí les dieron la noticia más esperada: él era uno de los sobrevivientes. La alegría fue inmensa. Sin embargo, dos días después, la Armada les envió una carta comunicándoles que Osvaldo estaba desaparecido, presumiblemente muerto.

Hasta el día de hoy su familia jamás lo pudo llorar, tal como él les había pedido.

Miguel Ángel Antonio Sosa

Entrega absoluta

Por: María Magdalena Vigil.

Una noche en su juventud, Miguel Ángel demostró la valentía que llevaba por dentro cuando ingresó a su casa envuelta en llamas para rescatar a sus hermanos que dormían en sus cunas. “Uno de los bebés que él salvó hoy es sacerdote, el padre Juan, párroco y capellán del Ejército en Campo de Mayo”, expresó orgullosa Rosa Hilda Sosa, hermana mayor.

“Miguelito” nació el 10 de marzo de 1962 en Misiones, de donde eran originarios sus padres. Aunque amaban ese lugar, en 1966 decidieron partir a Buenos Aires. Miguel comenzó a transitar su niñez en Ingeniero Pablo Nogués, fue a la escuela pública N° 22 y la secundaria en Los Polvorines. Sus seres queridos lo recuerdan como un niño protector de su familia.

A los 16 ingresó a la Escuela Mecánica de la Armada como aspirante y se recibió de Cabo. Su especialidad era furriel (militar encargado de la distribución de materiales y del nombramiento del personal) y realizaba tareas de administración.

De aquella época solo quedaron cartas aún conservadas por su familia. Allí expresaba el amor que sentía por ser parte de la tripulación del General Belgrano, por navegar, custodiar el mar argentino y servir a sus compatriotas. “Fue algo que no pude entender ni aceptar hasta muchos años después”, llora su hermana María Cristina.

En enero de 1982, Miguel tuvo unos días de vacaciones y fue a visitar a sus padres a Nogués, pero esa llegada fue distinta a las demás. Sin dar demasiadas explicaciones empacó su ropa, incluso sus discos favoritos de los Beatles que él cuidaba mucho y se marchó. “Ese día tuvimos un mal presentimiento, nos dimos cuenta que algo no andaba bien”, recordó Rosa.

El 2 de abril, llegó la noticia de la recuperación de las Islas Malvinas. Un día después Miguel fue a despedir a su familia. ”Me voy a defender a la patria que está en guerra, los amo”, fueron sus últimas palabras seguidas de un beso y un profundo abrazo a sus padres y hermanas. Tenía 20 años. Nunca más lo volvieron a ver.

José Luis Sosa  

Sonreír hasta el último suspiro

Por: María Magdalena Vigil.

El 27 de septiembre de 1962, una joven mujer entró en trabajo de parto mientras estaba en el cumpleaños de su suegra. De urgencia la llevaron a la clínica San Nicolás donde rápido y sin dolor nació José Luis. Era el menor de cuatro hermanos e hijo de María del Luján Tello y Carlos Norberto Sosa. Era el mejor contador de chistes del barrio y un rompecorazones. Mientras su madre se ganaba la vida cosiendo para otros, “Josecito” crecía en brazos de sus hermanos mayores forjando una personalidad histriónica.

Desde el primer día escolar demostró que era bastante vago y distraído. “Aunque la primaria y secundaria le costaron más de la cuenta, con su sonrisa como sello conquistaba a las maestras para que no lo reprueben”, recuerda su hermana Zulma Viviana.

En 1977 decidió ir tras su sueño. Lavó su ropa, la planchó y salió, punta en blanco como de costumbre, a la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea Argentina. Ese día no pasó los exámenes, pero no perdió su alegría. “Siguió tocando el redoblante en las comparsas y los fines de semana iba a ver fútbol porque era fanático de Boca y de un joven Maradona; todavía recuerdo cuando en 1978 salió a festejar con la bandera argentina por la ciudad”, rememora Zulma.

“Después de jugar a la pelota, le regalaba flores a alguna chica. José las conquistaba con su simpatía y su enorme sonrisa”, cuentan sus amigos del barrio, a quienes les tenía prohibido acercarse a sus hermanas. “Era muy celoso”.

En 1980 fue sorteado para el servicio militar y en marzo del ’81 abordó el A.R.A General Belgrano. ”Sentía orgullo por cumplir con el país, sin importar que muchas veces su tarea era limpiar o pintar los baños de los oficiales”, explica Hugo Morris, Capitán de Navío del crucero.

“Escribía muy poco porque decía que no tenía demasiado para contar, pero lo hacía para no angustiarnos”, lamentó su madre años atrás. La tarde del 14 de mayo un jeep de la Prefectura se acercó a su casa con un comunicado: José estaba desaparecido. Llora su hermana: “Nunca pudimos recuperar sus restos, solo logramos despedir una foto suya”.

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