Los combatientes caídos en la Guerra

Categoría: Armada (Page 38 of 40)

Alberto José Moschen

DE CHAPA Y PUNTURA, PREPARADO PARA LA AVENTURA

Por: Agustín Telias.

Alberto José Moschen fue hijo de Florencia Meza y Guillermo Moschen. Nació el 25 de noviembre de 1964 en Villa Ocampo, al norte de Santa Fe. Era el quinto de ocho hermanos. Era de estatura media, pero con un físico medio robusto, ojos castaños y pelo oscuro. Tenía mucha personalidad y era muy alegre. Buscaba estar bien vestido con la ropa de la época. Las pastas eran su comida favorita. Si bien no le gustaba el deporte, era hincha de Boca por su familia.

Había un sueño que lo desvelaba: recorrer Argentina junto a su mejor amigo, Roli, con quien compartió gran parte de su vida. Amigos desde muy chicos, hicieron el Servicio Militar Obligatorio en el mismo lugar y fueron a las Islas Malvinas, pero allí no pudieron encontrarse.

En el colegio no le fue muy bien: repitió cuatro veces el primer año. Estudió en la Escuela Nacional 110 de Villa Ocampo, donde asistió de noche debido a que durante el día se la pasaba trabajando en un taller ubicado en Avenida San Martin y Boulogne Sarmiento. Allí hacía trabajos de chapa y pintura, las dos actividades que más le apasionaba. De hecho, en el Regimiento 12 de Corrientes donde llevó a cabo el servicio militar, pintaba cañones y colaboraba con trabajos de chapista.

 Alberto Moschen tenía 18 años cuando le tocó ir a las Islas Malvinas a defender su patria. Falleció el 28 de mayo de 1982 a las 07:30. Una ráfaga de una ametralladora inglesa lo acribilló junto a un cabo. Está enterrado en el cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas.

Carlos Gustavo Mosto

SOLDADO DE DIOS

Por: Agustín Telias.

Carlos Gustavo Mosto tenía 23 años cuando fue a las Islas Malvinas. Hijo de Blanca Lila Alberto y Héctor Alfonso Mosto, fue el quinto de seis hermanos y era oriundo de Gualeguaychú, Entre Ríos.

Alto, rubio, de ojos claros, carismático, creyente en Dios. Alegre; siempre andaba con una sonrisa. Hizo la primaria en la escuela Rawson y la secundaria en la Normal, luego estudió Medicina en La Plata, ya que su sueño era ser médico. Subsistió gracias a que limpiaba colectivos y vendía verduras.

Estaba rodeado de amigos y le encantaba hacer travesuras con ellos. Era feliz jugando a la pelota, aunque fuese medio patadura. Los domingos Iba a misa con su familia.

A Carlitos, como le decían, le gustaba mucho cocinar pasteles y su comida preferida, además de lo dulce, eran los zapallitos rellenos que le hacía su mamá cuando volvía a su amado Gualeguaychú después de estudiar.

En el cuarto año de medicina rindió mal una materia y debió volver al servicio militar con la clase 62, que había pedido una prórroga para seguir la carrera. El 9 de abril estaba reunido junto a toda la familia y una vecina fue con una radio a avisarles que estaban llamando a los de la clase 62 para ir a Malvinas. Mosto decidió ir, sintiendo orgullo de servir a su patria y a Dios.

Ese mismo día se dirigió a la terminal de su ciudad. Estaba vestido con una campera y un pantalón de jean. Sus ojos miraban al piso, las manos en el rostro. Desde entonces nunca más volvió a ver a su familia.

Guillermo Raúl Ojeda 

El hermano mayor

Por: Conrado Corba.

Guillermo Raúl Ojeda nació el 23 de mayo de 1962 en la ciudad de Corrientes. Era el mayor de seis hermanos (tres mujeres y tres hombres), hijos de Paula Francisca Borda y Guillermo Ojeda. Era de complexión atlética, morocho, con orejas chicas, pelo rizado, 1,65 de altura y tenía como hobbies practicar boxeo, karate y andar en moto.

Su hermano Pablo recuerda una anécdota que demuestra cómo era. Guillermo tenía 17 años cuando en un bar conoció a una chica de 14 que estaba nerviosa y llorando porque querían hacerle daño. Él escuchó todo, se acercó a la adolescente para contenerla y ella le contó que sus papás la habían echado de su casa. Ojeda le ofreció hospedaje en la suya y la muchacha aceptó. Con el tiempo los padres de ella se enteraron, la hicieron volver a su casa y tildaron al ex combatiente de “negrito barato”.

Guillermo fue a la guerra para evitar que lo hiciera uno de sus hermanos, quien ya estaba prestando el servicio militar obligatorio en Río Gallegos. En pocos días llegó la cédula de citación para presentarse a la Tercera Brigada de Infantería de Curuzú Cuatiá, Corrientes. Al despedirse de su madre le dijo: “Río revuelto, ganancia de pescador”, ya que él quería utilizar el conflicto para hacerse valer y respetar.

Guillermo Raúl Ojeda falleció el 14 de junio –cuatro horas antes del final de la guerra– según lo comunicado a la familia, aunque en distintos sitios figura el 10. El informe de la autopsia señaló que recibió el impacto de un mortero y heridas de bala de fusil en la pierna derecha. Fue identificado gracias a un estudio de ADN realizado a sus hermanos en 2018.

Roberto Tomás D’Errico

Un amigo inolvidable

Por: Pedro Duffau.

Roberto Tomás D´Errico nació el 28 de junio de 1962 y vivió toda su niñez en Paso de Rey, Moreno, provincia de Buenos Aires. La familia D´Errico era muy trabajadora y estaba compuesta por su padre Roberto Tomás y su madre Rosa Liria. César, su único hermano, tres años mayor quien lo protegía y aconsejaba. Siempre tuvieron una relación muy cercana, tal es así que un día Roberto le confesó: “Voy a hacer mi casa arriba de la tuya así nuestros hijos se crían juntos”.

“Pichi”, como le decían en el barrio y que significa “pequeño” en Mapuche, tenía muchos rulos, altura promedio, ojos verdes y tez morena. En su infancia le encantaba subir a los árboles, montar a caballo, jugar al fútbol, andar en bicicletas o hacer cualquier actividad al aire libre.

Un amigo de la escuela primaria “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”, Darío Benítez, rememora: “Roberto fue como un hermano de la vida. Era puro corazón y el valor de la amistad lo tenía marcado a fuego”.

Era muy simpático, alegre y cariñoso, amigo de sus amigos, con quienes le gustaba ir a bailar. Fanático de River como toda su familia y albañil al igual que su padre. Su cuñada Gloria Benítez lo describe: “Roberto era muy enamoradizo. Se quería casar con todas las chicas”.

En la Guerra de Malvinas, “Pichi” viajaba en el buque ARA “Alférez Sobral”, que tenía como misión el rescate de dos aviadores de la Fuerza Aérea. En la madrugada del 3 de mayo de 1982, el barco argentino fue atacado con misiles Sea-Skua de las fuerzas británicas. El primer disparo lastimó su brazo izquierdo. Fue en búsqueda de auxilio al comedor del barco donde lo asistió el médico de la tripulación. El segundo ataque terminó con su vida.

Roberto Tomás D’Errico será recordado, hasta la eternidad, por el valor de su amistad.

Rubén Darío Caticha

EL NENE QUE AMABA A LOS PÁJAROS

Por: Micaela Medina

Rubén Darío Caticha, nacido el 15 de enero de 1962, fue el tercer hijo del matrimonio entre Jorge Caticha y Nélida Rosa Rossi. Papá sirio y mamá hija de italianos. Ya en sus orígenes tiene algo de guerrero en la sangre: era oriundo de Chacabuco, localidad bonaerense que lleva ese nombre en homenaje a la batalla librada en el Cordón de Chacabuco por el Ejército de los Andes, decisiva en la liberación de Argentina, Chile y Perú.

 Desde chico amaba los canarios y loros, de hecho, adoptó algunos como mascotas. También practicaba natación. No terminó sus estudios por decisión propia; prefería hacerse en la práctica diaria del trabajo. Comenzó en una imprenta de su localidad, donde fue ascendiendo y ganándose el cariño del barrio. Hoy, un pasaje lleva su nombre.

 El 2 de agosto de 1981 fue sorteado e ingresó al servicio militar para hacer tareas de mantenimiento en la Marina. Rubén pudo haber elegido no hacer el servicio al tener un conocido que le brindaba esa posibilidad, pero decidió hacerlo por voluntad propia. Se lo veía contento. Viajaba, conocía lugares nuevos y estaba orgulloso de defender a su patria.

En febrero de 1982 nació su sobrino, hijo de su hermano mayor Horacio, quien designó a Rubén como padrino de Fernando. En aquel momento, tal vez intuyó algo y prefirió no tomar ese lugar y dárselo a Mario, el del medio: “No creo poder estar para el bautismo, tengo que embarcar en abril”, recuerda sus palabras, entre lágrimas, Horacio.

Los primeros días de abril subieron al crucero General Belgrano. Aunque no estuvieron en Malvinas, siempre merodearon la zona y llegaron a Ushuaia para reabastecerse. El 2 de mayo se produjo el ataque y posterior hundimiento. Días después, encontraron su cuerpo junto a siete compañeros que no soportaron las heladas temperaturas del mar.

Omar Osvaldo Vargas

El viejito callado

Por: Agustina Lantier.

En su casa le decían “Veira” en honor a Héctor “Bambino” Veira, ex jugador y director técnico del club San Lorenzo, equipo del que Omar era fanático. Omar Osvaldo Vargas nació el 29 de octubre de 1959 en Joaquín Víctor González, un pueblo de la provincia de Salta. Fue el séptimo hijo de los once que trajeron al mundo Ángela María Martínez y Alberto Vargas.

Su característica más destacable era no hablar demasiado. Así lo comentan su hermana mayor Griselda, y la menor, Alejandra; su compañero de estudios, Hugo Farfán; y el sobreviviente del ARA General Belgrano, Socorro Díaz. “Era muy calladito, no hablaba y se reía de lo que hacíamos nosotros que éramos pendejos al lado de él”, cuenta Hugo Farfán, quien compartió con Omar sus años de estudio en la ex Escuela Mecánica de la Armada, donde se ganó un nuevo apodo: “El Viejito”, porque era el más grande de su grupo de compañeros en la división 112.

Hugo recuerda que tenían una buena amistad: salían a bailar, jugaban al fútbol e iban a ver a San Lorenzo los primeros domingos del mes que el bolsillo se los permitía, porque no podían hacer grandes gastos. Omar enviaba las 3 cuartas partes del sueldo a su familia en Salta, destaca su hermana mayor Griselda, que agrega: “Era serio, pero muy bueno y educado”.

El silencio, su gran rasgo, también se manifiesta en las anécdotas que sus familiares guardan de él: la oración en agradecimiento a la Virgencita Del Valle, a la que visitaban los sábados y le prendían velas; y la pesca, práctica que lo conectaba con su padre con quien era muy unido.

A la derecha, O. Vargas en una de las últimas fotografías, antes de partir hacia el ARA.

Omar se fue con 20 años de su pueblo natal y estuvo en la sede de la ex ESMA hasta que en 1980 le dieron destino al crucero ARA General Belgrano. Durante la Guerra cumplió la función de cocinero hasta el 2 de mayo de 1982 en que fue hundido el buque. Tenía 23 años.

Rubén Alberto Torres

Alma de líder

Por: Lautaro Yanes.

Rubén era el único hijo de José y Ema. Durante su adolescencia asistió al colegio nro. 9 de Open Door, donde hoy existe una placa en su honor. Se destacaba como estudiante y, según su prima Graciela, lentamente comenzaba a darse cuenta de que su vocación eran los barcos.

En esa localidad del Partido de Luján había nacido el 25 de marzo de 1951 y a los 17 años empezó su formación como guardia de marina al ingresar en la Escuela Mecánica de la Armada. Allí demostró sus capacidades como líder y su compromiso. Su familia lo describe como una persona tímida y callada. Esa nueva vida la intercaló entre la Fragata Libertad y su hogar en la ciudad natal que nunca quiso abandonar. Cada vez que estaba en Open Door y era domingo, aprovechaba para ir a misa.

Tras elegir los submarinos como área de especialidad, Torres se embarcó  en el ARA General Belgrano, donde según Graciela “Rubén se hizo muchos amigos, terminó de enamorarse de su trabajo y se formó como persona”. Años más tarde, ingresó como encargado de la comunicación al buque Isla de los Estados, barco en el que llegó a las Islas Malvinas. El 2 de mayo, Ruben escribió una carta a su familia en la que contaba la tristeza que le había generado el hundimiento del ARA General Belgrano, “su segundo hogar”.

Una semana después, el cabo principal tuvo su último contacto con tierra antes de partir hacia Puerto Mitre. Aquella noche, desde el Isla de los Estados se observó una bengala de humo en plena madrugada: los habían descubierto. Solo tres soldados de la Armada argentina lograron nadar hasta la costa y uno de ellos murió de frío. Claudio tenía 31 años y su cuerpo nunca fue encontrado.

Graciela relata el día en que se notificó su muerte: “Fue un funeral, mucha gente se acercó a la casa de José y Ema para homenajearlo”. Angie, sobrina de Rubén, sentencia: “El legado de mi tío es algo que no queremos perder”. En Luján, una plazoleta y una calle llevan su nombre.

Claudio Omar Tortosa

Un presentimiento inmortal

Por: Julio Porta.

La última vez que vio a su familia fue un domingo de Pascuas. Para eso, tuvo que escaparse del crucero Ara General Belgrano que estaba en la base naval Puerto Belgrano. Sabía que sería castigado, pero no le importó. Ese 11 de abril fue la última vez que su gente cercana lo vio con vida.

Claudio Tortosa nació un 17 de marzo de 1964 en la ciudad de Don Bosco. Mellizo de Silvia, vivió hasta la Guerra de Malvinas en la ciudad de San Francisco Solano junto a sus otros dos hermanos, Miguel y Néstor, y a sus padres Maria y Cosme. Cursó los estudios primarios en la escuela N° 32 e hizo la secundaria en la Escuela Industrial Ángel Gallardo de la localidad de Avellaneda, hasta que en tercer año la abandonó para ingresar a la ESMA.

Tras el hundimiento del crucero, en su homenaje se llevó a cabo la señalización de la intersección de la calle 853 esquina 893 como “Cabo 2° Claudio Omar Tortosa”. Lleva su nombre desde 1987 pero nunca fue señalizada. Sus vecinos, compañeros, familiares y amigos se hacen presentes en cada aniversario frente al monumento de los héroes de Malvinas ubicado en la Plaza Yapeyú de Avellaneda.

José Alberto Tulis

Una promesa de honor

Por: Julio Porta.

José Tulis pertenece al grupo de “Los Héroes de Lanús”, nueve soldados tripulantes del ARA General Belgrano que tienen su monumento en el parque Eva Perón, en Villa Caraza, donde se crió José Tulis, o “Josesito”, como lo recuerda su hermana Cristina.

“Son muchas las sensaciones que nos envuelven, ya que este hijo, este hermano, aquí se crió y partió desde aquí mismo, para no regresar. Nos mantiene en pie el orgullo de que José cumplió con su promesa de honor de morir por la patria”, comenta Cristina Tulis al recordar a su hermano.

Partió con un “hasta luego” eterno para con ella y también para con su madre y su padre, quienes recibieron la última carta de puño y letra. En ella les decía que “todavía no había pasado nada raro”, y que sentía que estarían orgullosos de él. “Su hijo está defendiendo estas Islas que son argentinas, y las defenderemos cueste lo que cueste, aunque sea con la vida”. Y así fue, luego del bombardeo y hundimiento del Ara General Belgrano el 2 de mayo de 1982.

Tras la inauguración del monumento, su hermana quedó disconforme con el acto realizado por la Intendencia de Lanús, que refleja cuánto de verdad importa la causa de Malvinas: “Los familiares quedaron atrás y los políticos figuraron para la foto”.

Juan Ramón Turano

El pianista que no pudo ser

Durante una charla familiar, su tío mencionó a la Armada y sus viajes por el mundo. A partir de ahí cambió la vida de Juan, maravillado por ese relato. Se inscribió en la Escuela Mecánica de la Armada, donde al principio le costó mucho ingresar, pero finalmente lo logró a sus 15 años mediante la conscripción económica, y llegó a Suboficial.

Juan nació el 29 de septiembre de 1965. Era un chico que le gustaba tocar el piano, la mecánica y los fierros. Así lo define su hermano José María Turano: “Era muy querido por todo el mundo, emprendedor, hipercinético, bromista y compañero”.

Al mes de ser nombrado como Suboficial, se desató el conflicto bélico de Malvinas y tuvo que presentarse. Los mandaron a Puerto Belgrano, donde estaban las fragatas Bahía Buen Suceso y Bahía Paraíso, que tenían como misión brindar todo tipo de provisiones. Él fue parte del ARA Bahía Buen Suceso. “Nos llegaron distintos comentarios hasta que un día Alejandro Diego, un ex combatiente, nos contó sobre la noche del 26 de mayo de 1982”, relata José María Turano. Se habían escondido en un pozo, pero no sobrevivió ante el bombardeo de las Fuerzas Aéreas británicas. Tenía 17 años. Se lamenta José. “Tal vez si no fuera por esa inconsciencia juvenil de Juan, ahora podría estar vivo”.

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