Los combatientes caídos en la Guerra

Categoría: Armada (Page 35 of 40)

Ricardo Leonel Pineda

Por: Annie Haines.

Ricardo Leonel Pineda nació el 5 de noviembre de 1962 en Ameghino, provincia de Buenos Aires. Tuvo ocho hermanos con los que compartió su pasión por el fútbol y, especialmente, por Boca Juniors. Cursó sus estudios primarios los realizó en la escuela Drabble.. 

Fue un hombre de campo, donde en gran parte de su vida manejó un tractor, al igual que su padre, lo que desde chico le hizo saber cómo trabajar la tierra.

A los 18 años fue sorteado para el servicio militar obligatorio. Le tocó la Armada, donde luego del período de instrucción formó parte de la tripulación del crucero ARA General Belgrano, que fue destinado para defender al país en la Guerra de Las Islas Malvinas.

La embarcación zarpó el 16 de abril de 1982, aunque, luego de entrar en área designada, el crucero fue atacado y hundido por dos torpedos lanzados desde las fuerzas del Reino Unido. En esa tragedia, fallecieron 323 jóvenes argentinos.

A su vez, su foto se exhibió en la plaza Islas Malvinas y se determinó que la calle N°2 de Ameghino se denomine Soldado Ricardo Leonel Pineda. Asimismo, en esta localidad, se encuentra un colegio que lleva su nombre y en donde realizan actos conmemorativos.

René Antonio Escobar

El santo tucumano

Por: Guillermo Rojas.

René Antonio Escobar fue uno de los soldados desaparecidos en el Crucero Ara General Belgrano, el 2 de mayo de 1982, exactamente a un mes de comenzada la Guerra de Malvinas. Aunque conseguir información suya fue todo un desafío.

En la Casa de los Caídos en el General Belgrano, presidida por Jorge Páez, no existían muchos datos sobre René. No más que su legajo, el cual incluye su documento (16176679), su procedencia (Villa Mariano, Tucumán) y su fecha de nacimiento (22 de agosto de 1963). Ni siquiera una foto. En palabras de Páez: “Los soldados de los que no hay imágenes, que son pocos, es porque generalmente eran conscriptos que no tenían pensado seguir una carrera militar”.

Sí hay una nota publicada en el diario La Gaceta de Tucumán, como oasis en el desierto. En ella, algunos familiares hablan sobre él: su hermano, su hija y su tía aportaron su testimonio. René era panadero y con ese dinero ayudaba a su familia económicamente; además, era el mayor de siete hermanos.

Ellos lo veían como un referente y los convirtió en hinchas de San Martín de Tucumán (uno de los dos equipos más importantes de la provincia). Junto a Rafael, uno de sus consanguíneos, y Rubén, su primo, seguían al Santo a todos los rincones del país. Por aquellos años, el equipo de la Ciudadela disputaba el Torneo Nacional de la Primera División. Es más, llegó a ser arquero en las divisiones inferiores. La última vez que sus familiares lo vieron fue en octubre de 1981, cuando se incorporó a la Armada para cumplir con el servicio militar.

Hugo Daniel Caviglioli

EL ALBAÑIL ENAMORADO

Por: Micaela Medina

Todo cambió en la vida de Hugo Daniel Cavigioli al ingresar al servicio militar a los 19 años. Pero antes hubo una historia: nació el 14 de abril de 1962 en Entre Ríos. Fue el tercero de ocho hermanos, cinco de ellos varones. A los 7, se mudó con su familia a San Lorenzo, Santa Fe. Desde chiquito trabajó como ayudante de albañilería, a los 17 se recibió de Maestro Mayor de Obras y junto a su padre construyó decenas de viviendas. Al volver de Malvinas planeaba construir su casa y formar una familia.

 Su amor imposible en la adolescencia fue su vecina, a quien le regalaba flores y chocolates, pero no era correspondido. Tuvo revancha: se puso de novio y planeó tener hijos, sueño esfumado al entrar al servicio militar. Lo describe su hermana Teresa: “Era disciplinado y patriota”. En la “colimba” recibió el título de dragoneante, lo que le permitió visitar a su familia en varias ocasiones.

El 1 de mayo de 1982 llegó a Tierra del Fuego donde fue jefe de un pelotón. Cuando las municiones se acababan, ordenaba reponerlas. Pero en ese primer día de batalla, los soldados lo desobedecieron y salió a buscar los proyectiles. En el camino fue atravesado por una esquirla que lo hirió en el bajo vientre y falleció desangrado.

En su bolsillo encontraron una carta: “Querida mamá: ante todo quiero que sepas que estoy bien. Estoy en las Islas Malvinas argentinas. Espero y deseo que se encuentren bien. Quiero que estén tranquilos, yo estoy muy orgulloso de ser un soldado argentino y de estar aquí para defender este sitio que es de todos los argentinos”, escribió el 13 de abril de 1982, un día antes de su cumpleaños.

 La salud de sus padres se deterioró tras la noticia. Sus hermanos Miguel y Teresa cuentan que la única vez que lo vieron llorar a su papá fue cuando falleció Hugo. Recuerdan una frase suya: “Tere, siempre tenemos que mantener viva la memoria de tu hermano”.

Omar Santiago Cisneros

UN DORREGUENSE CON SUEÑOS DE FÚTBOL

Por Manuel Pérez.

El crucero General Belgrano se llevó una gran cantidad de caídos en la Guerra de Malvinas. Entre ellos estaba Omar Cisneros, héroe en su querido Coronel Dorrego, al sur de la provincia de Buenos Aires.

Desde muy chico, sintió una gran afinidad con la Armada Argentina. Con el título de la primaria todavía fresco, se enlistó en la carrera de Suboficial de la Flota de Mar del Ejército.

A las tardes de pelota en el potrero ubicado enfrente de su casa -“La cancha del monte”, como la llamaban- las reemplazó por la dura vida del cadete militar. Pero Omar las aceptó gustoso.

Aunque sentía amor por el deporte y soñaba con explotar sus virtudes futbolísticas, creía que lo mejor sería formar parte del Ejército, aun cuando podría significar una  menor frecuencia en las visitas a su pueblo.

Tras la mudanza familiar a Punta Alta se le había dificultado regresar de manera reiterada a Dorrego, pero Cisneros no quería perder sus raíces e hizo todo lo posible para volver.

Ya como estudiante naval confirmó que la vocación que sentía por el servicio militar no era un error.

A diferencia de muchos combatientes, no fue el azar o la mala fortuna quien sentenció su participación en la Guerra. Buscó ir para honrar sus valores y, según él entendía, defender al país.

No fue el único dorreguense en ir a Malvinas y, aunque tal vez no logró encontrarse con su coterráneo Rubén Álvarez, las autoridades de la ciudad aseguraron su cruce: al 900 de Cisneros y al 300 de Álvarez, en las calles que hoy llevan sus nombres. Y en lo que fue ”La cancha del monte”, se construyó la Plaza Malvinas, donde Omar Santiago Cisneros vive para siempre.

Juan Carlos Córdoba

HÉROE DEL PRIMER AL ÚLTIMO DÍA

Por: Gonzalo Sangrador.

El 2 de mayo terminó el recorrido del Ara General Belgrano. Fueron suficientes dos disparos del submarino británico HMS Conqueror para aniquilar el sueño de los tripulantes y héroes argentinos en la Guerra de las Islas Malvinas. Uno de ellos era Juan Carlos Córdoba, suboficial segundo. Junto a él también falleció su amigo de la infancia y padrino de Marta, su hija menor. El tiempo hace lo suyo, y para los cuatro hijos que se quedaron sin una parte de su vida, la herramienta más genuina que encuentran para acercarse a los momentos más felices son los recuerdos, las anécdotas y las fotos, que no hay muchas, pero se cuidan como un tesoro.

La ciudad de Roque Sáenz Peña, Chaco, lo vio crecer. Juan Carlos sólo sabía lo que era el amor por la bandera y la lealtad a la patria. Su educación y valores los absorbió desde niño, ya que ingresó en la pubertad al Colegio Militar de su provincia. Sus principios eran claros, y el amor por el país aún más. Melina, la hija menor de Juan Carlos, lo piensa todos los días con una sonrisa y un poco de enojo por no haber podido disfrutarlo más. Mientras que Juan, su hermano, decidió seguir los pasos de su mentor. Se alistó al Ejército y hasta el día de hoy sigue ahí, honrando su apellido en nombre de él y su familia, de la forma que Juan Carlos Córdoba lo hubiese deseado: servir a la bandera.

Sus amigos, vecinos y todo un pueblo alza la frente, fija la mirada y redobla su pecho cuando escuchan pronunciar el nombre Juan Carlos Córdoba; amigo de sus amigos y solidario por naturaleza. Su familia lo recuerda con amor, orgullo, bronca y lágrimas. Menos sus padres, que murieron de tristeza al poco tiempo de enterarse que su hijo, su único hijo, dejó la vida por la patria, por su país, por todos nosotros.

Néstor David Córdoba

DESDE BANDERA HACIA LA ETERNIDAD

Por: Gonzalo Sangrador.

Si bien no conoció a Néstor David Córdoba, el sentimiento es como que sí. Porque Melina y su familia lo hace presente en anécdotas o historias. Son de Bandera, un pueblo muy chico de Santiago del Estero, donde él trabajó de cartero. Su tío fue el único soldado de la zona. “No se encuentra físicamente, pero viene a nosotros en cada acto, homenaje o conmemoración de un nuevo 2 de abril”.

 “Cuando estaba en segundo grado, mi maestra, junto a mis compañeros, realizaron un homenaje muy especial, haciéndome sentir totalmente orgullosa de ser la sobrina de Néstor David Córdoba. En ese entonces, con siete años, fue cuando más me emocioné”.  Los amigos de la escuela primaria y maestras de Néstor cuentan que era muy inteligente y aprendía rápido, pero no le gustaba estudiar. Decidió seguir los pasos de su padre y trabajar en el campo, con los animales.

 Tal era su capacidad e inteligencia por los cuales a los 18 años le propusieron que,  cuando volviera de la colimba, se haría cargo de una estancia. De niño mostró su amor por los caballos, casi tanto como las fiestas camperas y el chamamé. Hasta el punto de que, si tenía que dejar de ver un partido de River, lo hacía con tal de escuchar las guitarras y degustar su comida favorita, el asado.

Néstor David Córdoba entregó su vida por la patria. Para sus padres, el año 1982 fue el último; la noticia les pausó la vida. Su madre, por la profunda tristeza, no pudo despedir a su hijo y todavía hoy recuerda a Néstor con rabia, angustia y sobre todo con dolor. A los tres años de la triste noticia, su padre falleció. Los médicos dijeron que fue por depresión. Nunca superó la pérdida de su hijo.

Osvaldo Roque Castillo

EL ETERNO AMIGO

Por: Santiago Laporte

Osvaldo Roque Castillo nació el 13 de mayo de 1961. Vivió en el barrio Santa Isabel en la ciudad de Embalse, del departamento Calamuchita en la provincia de Córdoba. Le decían “El rata” porque cuando era chico y sus padres lo mandaban al almacén a hacer las compras, pellizcaba pedacitos de la horma de queso que tenía el almacenero en el mostrador. 

Comenzó sus estudios en la Escuela de Minería de José de la Quintana. En 1978 ingresó en la Escuela de Mecánica de la Armada a través de una beca. Allí finalizó el secundario y realizó la carrera de maquinista de Marina.

Creció junto a seis hermanos, disfrutando del lago, los caballos, los cerros y la bicicleta. “Era muy amiguero, tenía muchísimos amigos en su adolescencia con los que iba a pasar las tardes en el lago del pueblo. Muy buena persona y muy querido por todos”, expresa su hermana Sonia. Actualmente, sus hermanos mantienen la relación con sus amistades de la adolescencia y asisten juntos a los homenajes. “Hicimos un pacto de honor arriba del crucero, en el cual juramos que quien quedara vivo iba a visitar permanentemente a la familia del otro. Hace más de 40 años que cumplo con mi palabra y lo seguiré haciendo”, cuenta Roberto “Panchi” Schreiner, fiel amigo de Osvaldo.

Desde 1980 se desempeñó en el ARA General Manuel Belgrano como Cabo Primero. Cuando se inició la guerra el crucero debió trasladarse a Ushuaia y desde allí él le envió una carta a su madre diciéndole que se quedara tranquila ya que el barco no iba a participar de la guerra. Fue la última. El 2 de mayo de 1982 el crucero fue torpedeado y hundido. Falleció con sólo 21 años.

Cada 2 de mayo se rinde un homenaje en la plaza del pueblo que lleva su nombre. La calle en la cual está ubicada la casa donde creció también se llama Cabo Primero Osvaldo Roque Castillo.

Pedro Antonio Castro

EL HOMBRE QUE AMABA LA MECÁNICA

Por: Milagros Maidana

Hijo de Rosa Baigorria y Pedro Antonio Castro, nació el 11 de abril de 1952 en el barrio Rivadavia de San Juan. Único varón entre tres hermanas: Rosa, Manuela y Marcela. Morocho, delgado, de un metro setenta y seis centímetros. A los 19 años viajó a Buenos Aires a la Escuela Mecánica de la Armada donde se recibió con un gran promedio.

A pesar de que ambos eran oriundos de San Juan, fue en Buenos Aires donde Pedro Antonio Castro conoció a Margarita del Carmen Puscama. Se enamoraron, se casaron y se mudaron al sur de la provincia, a un barrio militar en la base aeronaval en Comandante Espora. Allí nació Octavio. A los dos años compraron un terreno en Punta Alta, en un barrio de YPF. Llegó su segundo hijo: Rodrigo.

Fanático de la mecánica, siempre estaba metido dentro del capó arreglando un auto. Junto con su amigo Mario Bordón tenían un taller. Con él compartió crianza, escuela y el Crucero Belgrano.

Era un hombre trabajador que en sus tiempos libres disfrutaba pescar, navegar e ir a cazar por los grandes campos del pueblo. Pero nunca dejó de lado su labor más importante: ser padre. “Todas las noches llegaba tarde a casa y nos dedicaba su tiempo jugando con nosotros y brindándonos su afecto”, recuerda con nostalgia Octavio.

A Pedro le gustaba tener amigos y siempre le abrió su casa a quienes venían de otras provincias a trabajar. Sus compañeros lo describen como una excelente persona y un gran militar que ayudaba a los demás.

A los 30 años estaba realizando un curso aplicativo para el ascenso en la ex ESMA cuando lo convocaron como maquinista al crucero ARA Belgrano. Allí estaba cuando explotó el primer torpedo. No sobrevivió ningún tripulante de guardia en esa sala: los efectos del calor e inundación fueron inmediatos.

Los suyos lo extrañan. Incluso sus nietas Valentina y Rocío que no lo conocieron personalmente, pero saben quién fue su abuelo: un héroe de Malvinas.

Antonio Máximo Cayo

“CAYITO”, ESE HERMANO ENTRAÑABLE

Por: Valentina Bacigalupo

“Tengo que ir a las Malvinas, es mi obligación defender mi patria y mi bandera”, le dijo Antonio Máximo Cayo a su hermana María, el 11 de abril de 1982 mientras almorzaban.

Para sus amigos, “Cayito”. Apasionado por el fútbol y amante de River. Como practicante de artes marciales mixtas veneraba a Brue Lee. De vez en cuando pescaba y disfrutaba de nadar en el dique. Todo, siempre, junto a su imprescindible socia: María. Si lo veías a él, la veías a ella. No eran dos, eran uno.

Chicoana, provincia de Salta, es el pueblo donde nació un 18 de noviembre de 1954. Cuando tenía cinco años falleció su madre y quedó solo junto a la hermana, a cargo de sus abuelos. Progresar siempre fue una meta en la vida; así logró ingresar a la Escuela de Mecánica de la Armada con tan solo 19 años.

 Antonio tenía 27 cuando decidió ir como voluntario a embarcarse en el buque A.R.A Isla de los Estados. Vivió mucho tiempo protegiendo a su única hermana, esa vez, sintió la necesidad de proteger a su país.

“Estoy en Malvinas. Estoy bien”, le escribió Antonio en una hoja a María. Su última carta. Menos de un mes después, el 10 de mayo de 1982 a las 22.30, un misil inglés impactó en el buque produciendo su hundimiento. De los 25 tripulantes, fallecieron 23, entre ellos, “Cayito”.

Actualmente, en la escuela Nacional N°4375 en donde transitó su niñez, ubicada en la localidad de Peñaflor, hay una placa en su honor, la biblioteca lleva su nombre y cada 10 de mayo es recordado como lo que es, fue y será: un héroe.

Héctor Abel Cerles

HERÓICO HASTA EL ÚLTIMO MINUTO

Por: Valentina Bacigalupo.

Héctor Abel Cerles siempre llamó la atención de sus compañeros. Desde el primario. No solo por ser el más alto del aula sino por su solidaridad. Una esencia que mantuvo de pequeño. “Le decíamos ‘El colorado rebelde’, pero aquella rebeldía la usaba siempre para ayudar”, dice con la voz entrecortada Roberto Borges, un compañero de la Escuela Primaria N° 141, quien 25 años después de la última vez que lo vio, encontró una foto en el Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de La Matanza. Se enteró ese día que Héctor y dos compañeros más también habían estado en la guerra. De cuatro, regresaron tres. De esos tres, uno es Roberto.

El 14 de junio de 1982 a las siete de la mañana, en el Monte Tumbledown, los soldados se rindieron por orden de su jefe, el teniente de corbeta Carlos Vázquez, ya que habían consumido totalmente sus municiones y se encontraban imposibilitados de controlar el combate. Sin armas para dar batalla, Héctor Abel Cerles fue baleado por un inglés luego de intentar detener el asesinato de su compañero José Luis Galarza a quien le clavaron una bayoneta en el cuello. Como dijo su amigo, siempre protegiendo a sus pares.

Actualmente la escuela primaria en donde transitó su niñez posee una placa en honor a Abel. Esta fue colocada por su hermano y Roberto Borges, para que La Matanza y todo el pueblo argentino lo recuerde como aquel soldado que dejó la vida por su país.

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