Un idealista apasionado

Por: Ezequiel Aranguiz.

“Un pibe de campo, de barrio, tenía su bandita de amigos y los valores marcados”, cuenta José Orellano Salgado, su hijo, que estaba en la panza de su madre cuando murió su papá arriba del crucero General Belgrano. “Creemos que su muerte fue inmediata porque estaba en la sala de máquinas al momento del impacto”, relata Virginia, su hija que tenía sólo un año.

“Betito”, como lo conocían, nació en 1959 en la ciudad bonaerense de Médanos y vivió sus primeros ocho años allí, en medio del campo junto a sus padres, José e Isabella. Se dedicaban a la siembra y la cosecha, rodeados de humildad y naturaleza. Se mudaron a Punta Alta en busca del progreso, porque -como explica Virginia- en Médanos “no hay demasiadas actividades a las que dedicarse. La base militar es una de las más grandes fuentes de trabajo y si no tenés una vocación marcada, hacés carrera en la Armada”. Así fue como sus abuelos comenzaron a trabajar en la base. La madre era personal civil, orientada a la cocina; su padre se desempeñaba en los talleres.

“Mi viejo tenía una gran atracción por desarmar y armar cosas. Aunque venía de una familia rural y de poca educación formal, le iba muy bien en la escuela”, se enorgullece José. “Betito” se dedicó a la electricidad dentro de la Armada. “Tenía una pasión por la patria muy fuerte”, dice su hija.

“Era una persona sencilla, respetuosa y firme a sus convicciones”, cuenta José. Agrega: “La mejor herencia que nos dejó es la idea de aferrarte a tus pasiones, ideales y a tu vocación. Nos genera mucho orgullo que quien lo conoció tenga un gran recuerdo de él”.

Virginia ejerce la docencia precisamente en la Escuela de la Armada: “Seguramente mi papá hizo algo para que hoy esté trabajando acá y lo sienta como mi casa. De chica sentía bronca contra la Armada, hoy llegué a entender que mi padre estaba acá porque realmente lo deseaba y murió firme a sus ideales, tal como nos enseñó”. José Alberto Orellano tenía 23 años.