EL MAR FUE SU DESTINO
Por: Micaela Delzart.
Suena Camilo Sesto en la radio. Carlos Alberto del Rosario Cueva juega a la pelota con sus tres sobrinos, hijos de María Adriana Cueva, una de sus dos hermanas. Lleva unos pantalones de jeans oxford y una camisa abierta como Elvis Presley.
De repente, tocan a la puerta. Dos generales le imponen que debe ir a luchar por su país a Malvinas. Aunque él era muy patriota y en su cuarto colgaba la bandera Argentina, la idea lo aterrorizó. Buscó sus pertenencias. Al lado de la guitarra, su objeto favorito, agarró un bolso rojo. Esa bolsa sería lo único que encontraron de él años más tarde. Despidió a su mamá; a sus hermanas y a sus sobrinos, Carlos, Cristian y Miriam. Y marchó para las islas.
“Él fue una persona muy especial para nosotros. Nos faltaba un papá y él ocupaba ese rol. Cuando pasó lo de Malvinas, lo sufrimos muchísimo. Fue como si se hubiera ido nuestro padre”, expresó su sobrina, Miriam Cueva.
Aunque era el único varón más chico, no tenía miedo. Quería honrar a su madre y seguir los pasos de su tío militar. Desde los 16, edad en la que partió de Córdoba hacia Buenos Aires, supo que el mar sería su casa. Hasta él mismo lo expresaba: “Mi tumba va a ser el mar”.
Estuvo en otros conflictos como el canal de Beagle, pero ni ahí ni en Malvinas se bajó del Crucero ARA General Belgrano. Él aprendió por su cuenta y se convirtió en Cabo Segundo de la Fuerza Armada. Entrenaba a los nuevos combatientes y les enseñaba a utilizar el radar.
Sus compañeros le decían “Pipino Cuevas” por el ex boxeador Pipino Isidro Cuevas González y, aunque era algo reservado, ayudaba a sus colegas en lo que necesitaran.
“Me hundía en el silencio”, cantaba Sergio Denis, en “Los caminos del silencio”, uno de los músicos que más escuchaba. Su familia y el crucero marcaron su vida y así como presintió, su tumba terminó siendo el mar.