UNA SONRISA QUE NO SE BORRA
Por: Christopher Ceppi
María Luisa camina todos los días por la calle “Cabo 1 Brizuela”, en la ciudad de La Calera, Córdoba. Es uno de los tantos homenajes que la patria y el pueblo argentino le han regalado para recordar todos los días de su vida a su hijo Osvaldo Luis Brizuela, caído en la Guerra de Malvinas, tras el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano. Osvaldo nació en la ciudad de Alvear, Corrientes, pero cuando era niño se mudó junto a su madre y hermanos a la localidad cordobesa.
Como a tantos jóvenes, a Osvaldo le arrebataron sus sueños y su futuro. Raúl, el hijo mayor de los dos que despidió antes de subirse al Crucero Belgrano, no tiene muchos recuerdos sobre su padre, pero se aferra a las escasas fotos familiares en blanco y negro y las anécdotas que le ha contado y le sigue contando su madre. Para Raúl y su hermana no hay tesoro más grande que llevar el apellido Brizuela.
Una guerra sin sentido se llevó la vida de Osvaldo, y junto a él, los anhelos de muchos. Pero su recuerdo persiste y persistirá. No es necesario que sea 2 de abril, ni que la gente recorra los 990 metros de calle que lo homenajean en La Calera, ni que pasen por el monumento que lo reivindica, para que su comunidad lo recuerden y lleve a su mente la sonrisa impoluta de Osvaldo Luis Brizuela, esa que nunca podrá olvidarse.