EL HOMBRE QUE AMABA LA MECÁNICA

Por: Milagros Maidana

Hijo de Rosa Baigorria y Pedro Antonio Castro, nació el 11 de abril de 1952 en el barrio Rivadavia de San Juan. Único varón entre tres hermanas: Rosa, Manuela y Marcela. Morocho, delgado, de un metro setenta y seis centímetros. A los 19 años viajó a Buenos Aires a la Escuela Mecánica de la Armada donde se recibió con un gran promedio.

A pesar de que ambos eran oriundos de San Juan, fue en Buenos Aires donde Pedro Antonio Castro conoció a Margarita del Carmen Puscama. Se enamoraron, se casaron y se mudaron al sur de la provincia, a un barrio militar en la base aeronaval en Comandante Espora. Allí nació Octavio. A los dos años compraron un terreno en Punta Alta, en un barrio de YPF. Llegó su segundo hijo: Rodrigo.

Fanático de la mecánica, siempre estaba metido dentro del capó arreglando un auto. Junto con su amigo Mario Bordón tenían un taller. Con él compartió crianza, escuela y el Crucero Belgrano.

Era un hombre trabajador que en sus tiempos libres disfrutaba pescar, navegar e ir a cazar por los grandes campos del pueblo. Pero nunca dejó de lado su labor más importante: ser padre. “Todas las noches llegaba tarde a casa y nos dedicaba su tiempo jugando con nosotros y brindándonos su afecto”, recuerda con nostalgia Octavio.

A Pedro le gustaba tener amigos y siempre le abrió su casa a quienes venían de otras provincias a trabajar. Sus compañeros lo describen como una excelente persona y un gran militar que ayudaba a los demás.

A los 30 años estaba realizando un curso aplicativo para el ascenso en la ex ESMA cuando lo convocaron como maquinista al crucero ARA Belgrano. Allí estaba cuando explotó el primer torpedo. No sobrevivió ningún tripulante de guardia en esa sala: los efectos del calor e inundación fueron inmediatos.

Los suyos lo extrañan. Incluso sus nietas Valentina y Rocío que no lo conocieron personalmente, pero saben quién fue su abuelo: un héroe de Malvinas.