Un lector empedernido
Por: Camila Mitre.
Emilio Carlos Torlaschi -“Michi”, como pseudónimo de guardiamarina- se refugió en los libros y cuadernos hasta en la mismísima Guerra. Atardecía el domingo el 2 de mayo de 1982 con una primera alarma de combate. “Michi” se encontraba estudiando matemáticas, aislado de la realidad e inmerso en un mundo de números. El teniente de corbeta, Vicente Carlos Gigli, le dijo: “Creo que lo envidio Michi; en lo personal, no sé si en estos momentos pudiera leer algo”.
A continuación, un corte repentino de luz y una explosión; el impacto del primer proyectil. El olor a azufre inundaba el cuarto, junto a un momento de silencio. Alguien a lo lejos gritó: “¡Torpedo!”; luego el navío sufrió una inclinación a babor.
—Señor, ¿qué zafarrancho debemos tomar? –preguntó Torlaschi a Gigli, con total serenidad.
–Esa pregunta sonó más académica que nerviosa–, comentó el teniente.
Este recuerdo tan vívido y apasionante tuvo el peor de los desenlaces: el fallecimiento de Torlaschi, junto con otros 322 tripulantes del crucero A.R.A. General Belgrano.
Emilio Torlaschi nació el 6 de junio de 1959 y era oriundo de Moreno, en el conurbano bonaerense. Ingresó a la Escuela Naval Militar de Bahía Blanca en 1977. Estudiaba análisis matemático y quería seguir ingeniería al volver de la Guerra. Pero esos sueños y anhelos se desvanecieron en dos impactos de torpedo. Tras el ataque y hundimiento, Torlaschi quedó a la deriva en una balsa en estado deplorable, sólo vestido con un pantalón, una camisa y zapatos, sin abrigo, sosteniendo una linterna que señalaba su posición.
Dos días más tarde, arribó al lugar el buque de rescate A.R.A. Bahía Paraíso, pero ya era tarde. Falleció luchando hasta el último momento, pero las condiciones climáticas y oceánicas terminaron por vencerlo. Su cuerpo nunca fue encontrado.