Por: María José Escalante.
“Entendé que hice un juramento a la Patria y a la bandera, y voy a cumplir con eso, defendiéndolas hasta perder la vida”, le dijo el soldado Ricardo José Luna a su mamá Elsa cuando se despidió de ella, el 13 de abril de 1982, para partir a Malvinas. Fue ese domingo , frío y nublado, la última vez que vio a su familia.
Ricardo José, o “Pato” como le decían sus familiares y amigos, nació en el Hospital Zonal de Agudos “Blas Lorenzo Dubarry” en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 14 de marzo de 1962. Séptimo hijo de once hermanos, cuatro mujeres y siete varones. Cursó sus estudios en la escuela N° 13 General Viamonte de su ciudad natal que lo recuerda con una placa con su nombre, al lado de la figura del padre de la patria, Don Jose de San Martin.
Elsa se hizo cargo sola de la crianza de Ricardo y sus hermanos, tras el abandono de su padre. La humildad y las ganas por progresar que aprendió desde chico, lo llevaron a trabajar a él, como sus hermanos, desde muy temprana edad.
Antes de enrolarse al servicio militar obligatorio y de pertenecer al Regimiento 6 de Infantería Mecanizada “General Viamonte”, trabajó en una fábrica de broches y secadores de plásticos, hasta quedar cesante.
Rosa Luna, su hermana más chica, recuerda la última vez que compartieron un almuerzo, ya estando él en el servicio militar y con la noticia de su partida a las Islas: ”Lo note ansioso y nervioso por ir Malvinas, sacó de su fajín unos cigarrillos y empezó a fumar. Nunca antes había fumado”.
También, recuerda su manera alegre y jovial de ver la vida, lleno de proyectos y con futuro prometedor: “Pensaba en casarse con su noviecita con la que estaba hacía tres años, después de terminar el servicio, para formar una familia”. La misma energía vital que lo caracterizó, según se enteró su propia hermana de boca de quienes compartieron pelotón, como el animador del grupo.
Fanático del folclore, del Trío San Javier, Los Chalchaleros y Horacio Guarany, con un patriotismo mucho antes de Malvinas, a tal punto de que no escuchaba la música de moda de la época, como los Bee Gees.
La menor de sus hermanas, recuerda que en un pedazo de hoja de papel, que aún guardan, les escribió una carta a todos en la que les remarcaba muchas veces: “Estoy bien”. “Lo único que nos pedía -con la condición de ‘solo si podían’- era mandar sal para comer los corderos” que les dejaban matar los jefes militares.
En la última carta que les envió les volvió a recalcar que “por el juramento a la Patria y a la bandera, iba a cumplir, defendiéndolas hasta morir”.
Fue así que cayó en Coldtown el mismo día que terminó la guerra. La madrugada del 14 de junio. En esa zona, aún no había llegado la información del cese del fuego. Sus restos, descansan bajo la cruz blanca del cementerio Darwin, en la Isla Soledad de las Malvinas Argentinas.
Hoy en su ciudad, Mercedes, además de las muchas conmemoraciones que hacen honor a los caídos de Malvinas, uno de los camiones de la empresa “Puerto Argentino”, de Aldo Franco, ex combatiente, lleva su nombre. Así, se reconoce a través de las rutas argentinas, el enorme significado de quién fue el soldado Ricardo Luna.