SIN MIEDO A NADA
Por: Micaela Delzart.
“Mar”, gritó firme y sin dudar Julio César Cuello, cuando en la Armada le preguntaron si quería ir a tierra, aire o mar. Sin experiencia previa y haciéndole caso a sus decisiones, el joven de 14 años partió de Valle Fértil, pequeño pueblo sanjuanino, y se fue a estudiar al Colegio de la Armada.
No le tenía miedo a nada y lo demostró desde pequeño: a los ocho años se fue solo a dedo, sin avisarle a nadie, a la ciudad de Caucete para visitar a su tía.
Cuando escuchó en la radio la posibilidad de combatir por su país sin necesitar el secundario, el entusiasmo creció aún más. Como le faltaba un año de primaria, estudió con un profesor particular e ingresó a la Escuela Mecánica de la Armada.
Con 17 años era el combatiente más chico de su grupo y el único de Valle Fértil. Ingresó al crucero ARA General Belgrano en la parte de maquinaria del barco por tener conocimientos previos, ya que su padre era mecánico. Fue camarero y ayudante en la cocina. En los descansos, estudiaba para ser Cabo. No se intimidaba por sus compañeros mayores; al contrario, hacía chistes para que liberen su tensión. Al ser el más joven y flaco lo apodaron “El Chato”.
La última vez que fue a su pueblo, Julio se llevó fotos de sus hermanos más chicos (11 en total; no llegó a conocer a todos). Tras discutir con su padre en el cumpleaños de su hermano mayor, le dijo enojado a la madre: “Voy a trabajar y se van a venir todos conmigo a Buenos Aires porque a Valle Fértil no vuelvo más”.
“Nos quería dar un mejor futuro. Anhelaba llevarnos a Buenos Aires y con ese fin trabajaba en el barco”, comentó su mamá, Mirta de Cuello.
A dos metros de donde reposaba, cayó el primer bombardeo. El crucero no estaba en posición de guerra. Su cuerpo nunca fue encontrado y se lo catalogó como desaparecido. La chispa que tenía para hacer reír y perder el miedo, quedó guardada en sus seres queridos.